17/3/09

EL REY PESCADOR

Érase una vez un príncipe adolescente que va de caballero andante por el mundo, como corresponde a un joven de su edad, cuando tropieza con un campa­mento en medio del bosque, donde no se ve a nadie. Hay un fuego encendido y sobre la parrilla se está asando un salmón. El príncipe es joven e impulsivo y tiene hambre, y el salmón huele tan bien que se acer­ca para saciar su apetito. Pero como está muy calien­te se quema los dedos, de modo que lo deja caer, lle­vándose los dedos a la boca para aliviar la quemazón. De esta forma se mete un poco de pescado en la boca, que le causa tanto daño que vive sufriendo el resto de su vida, salvo los tres últimos días.

[Existen variaciones sobre esta historia: hay quien dice que el sabor del salmón le hiere en el muslo; otros, que en ese momento regresan los dueños del campamento, pillan al intruso comiéndose el salmón y le atraviesan los testículos con una flecha, y que esta flecha no se puede sacar ni por un lado ni por el otro. Y hay incluso otra versión que habla de una herida en el muslo, producida por una espada enve­nenada. Pero todas coinciden en que el príncipe resul­ta herido en la parte generativa de su ser.]

El joven príncipe —que pronto se convertiría en el rey pescador— sale a caballo un día portando una bandera que lleva escrita la palabra Amour. Y no es en vano, porque va en busca del Amor y está dis­puesto a entregar el suyo a cambio de esta versión juvenil del esplendor divino. Pero enseguida se dis­trae de esta visión del Amor y la unión porque apa­rece un caballero pagano, recién llegado de Tierra Santa. Esta oposición marca el comienzo de la ago­nía del rey pescador, que no sabe cómo resolver la contradicción implícita en la llegada de un elemento pagano desde Tierra Santa. El joven príncipe recuer­da lo que ha aprendido durante su heroico entrena­miento medieval: empuña la jabalina y arremete contra el caballero pagano con la intención de matarle.
[En la versión alemana, el joven príncipe se llama Anfortas, que significa «el que no tiene poder».]

Chocan ambos, produciéndose heridas y daños tremendos. El caballero pagano muere y Anfortas queda castrado. Un trozo de la jabalina del caballero pagano queda clavada en el muslo de Anfortas y esto da origen a la insoportable herida del rey pescador, del cual se dice que está demasiado malherido para vivir, pero que no es capaz de morir. Jamás se ha for­mulado mejor descripción de nuestra moderna estruc­tura neurótica.
El joven príncipe —que pronto se convertirá en rey— ha quedado impotente, y ha desaparecido la masculinidad natural propia de la juventud.

El joven príncipe, que dentro de poco será rey, sufre tanto que no es capaz de mantenerse en pie ni de cumplir con sus obligaciones reales, que se resien­ten por su negligencia. Hay una sola cosa que alivia su sufrimiento: pescando se siente un poco mejor. Cuando sale con su barca a pescar en el foso que rodea el castillo, su sufrimiento disminuye. De lo contrario, yace en su cama del castillo en una agonía U» terrible. Esto se puede interpretar como que para una persona herida la vida sólo resulta soportable cuando establece algún contacto con el inconsciente. La poe­sía, el arte, la enseñanza y la sanación son actividades que alivian la herida del rey pescador.

[En el reino del Rey Pescador] el ganado no se reproduce, las cose­chas no crecen, los viñedos no fructifican, las esposas enviudan y los hombres desesperan. No hay creación en ningún terreno. Si el rey está herido, la tierra queda yerma.

Resulta que en el castillo del rey pescador se con­serva el Santo Grial, la copa que utilizó Jesucristo en la Última Cena. Todas las noches recorre el castillo una procesión maravillosa: una hermosa doncella lleva la patena, el platillo donde se colocó el pan en la Ultima Cena; otra lleva la lanza que atravesó el costado de Cristo en la cruz; otra lleva el Grial, que reluce con una luz que procede de su interior y marca el punto culminante de la procesión. Todos los miem­bros de la realeza que se encuentran en el castillo beben del Grial e, instantáneamente, ven cumplidos sus deseos, sin necesidad de expresarlos siquiera; todos menos el rey pescador, que yace en su cama quejándose de la herida abierta y sin el consuelo de salir a pescar, como todos los días. Por más que inten­ta que el Santo Grial le alimente y le cure, esto es imposible debido a su herida.

La leyenda del hombre puro que un día entrará en el castillo del Grial y curará al rey pescador se cono­ce hace tiempo en esta tierra desolada por la herida del rey. Con un lenguaje sencillo, el mito promete que un día un joven, totalmente desconocedor de su importante misión, entrará en el castillo, verá la mag­nífica procesión que se celebra cada noche y, si for­mula la pregunta adecuada, pondrá fin al sufrimiento del rey pescador y al infortunio que pesa sobre el reino.
Perceval, nuestro hombre sencillo de corazón puro, nació después de la muerte de su padre. Los héroes salvadores suelen tener dificultades con sus padres y Perceval no es una excepción porque crece huérfano de padre y sin hermanos, muertos antes de su nacimiento. Su madre, Herzeleida, ha perdido a su esposo y a todos sus hijos, víctimas de la locura de la caballería y las costumbres de la época, según las cuales todos los hombres de la aristocracia debían ir por la vida como caballeros andantes, participando en batallas heroicas. Resulta comprensible que Herze­leida decida ocultarle a Perceval la identidad de su padre, de modo que éste crece ignorando que corre por sus venas sangre de caballeros. Su madre le man­tiene en el jardín de la inocencia y le viste con una sencilla túnica de lienzo como símbolo de rusticidad. Pero un día Perceval se encuentra con cinco caballe­ros y pierde su inocencia, y se ve obligado a seguir el camino de sus antepasados y entrar en el mundo de los héroes.

Perceval pasa por múltiples aventuras y llega hasta la corte del rey Arturo, donde le arman caballe­ro. Encuentra un maestro excelente, Gurnemanz, que le proporciona todo lo que necesita para vivir como un auténtico caballero. Pero ni siquiera Gurnemanz consigue convencer a Perceval para que abandone la ridícula túnica que le ha impuesto su madre.

Perceval ya ha alcanzado la edad necesaria para ser caballero andante y le encontramos un buen día cabalgando por el bosque, poco antes del anochecer. No tiene ningún refugio para pasar la noche y se enfrenta a la fría y solitaria perspectiva de tener que dormir entre los árboles. Pero cuando está a punto de resignarse, llega a un lago donde encuentra un pesca­dor solitario en una pequeña barca. Saluda al pes­cador —que no es otro que el rey pescador que se pasa las horas dedicado a la única actividad que le ali­via de sus sufrimientos— y le pregunta por un sitio para pasar la noche. El pescador le responde que no hay habitación alguna en treinta kilómetros a la redonda y a continuación, contradiciendo lo que acaba de decir, le invita a su propia casa. «Siga ade­lante un poco más, gire a la izquierda, cruce el puen­te levadizo y será mi huésped esta noche.»

Perceval obedece las indicaciones, sigue adelante un poco, tuerce a la izquierda y cruza el puente, que se cierra en cuanto acaba de cruzarlo, golpeando los cascos traseros de su caballo. Esto casi le hace caer pero al final supera la prueba de equilibrio y fuerza.
Perceval es bien recibido en el castillo del Grial, le conducen hasta la fantástica procesión que se lleva a cabo todas las noches y él contempla en silencio cómo el milagro del Grial cura a todos los presentes, menos al rey pescador, incapaz de participar en el milagro.

Para que se pro­duzca la curación anunciada del rey pescador sólo falta un detalle. Pero Perceval no formula la pregunta indicada: « ¿A quién sirve el Grial?». […] A causa de este fracaso, la gran procesión finaliza como todas las noches anteriores, el rey pescador tampoco consigue beber del Grial y curarse, y sigue sufriendo en su lecho.

Perceval pasa la noche en el castillo del Grial y, cuando se despierta a la mañana siguiente, no ve a nadie, ensilla el caballo, cruza el puente levadizo y regresa al mundo ordinario del tiempo y el espacio.

El mito nos cuenta que pasa los siguientes veinte años de su vida dedicado a la agotadora tarea de res­catar hermosas doncellas, luchar contra dragones, liberar castillos sitiados y ayudar a los pobres.

Perceval ha consumido toda la actividad juvenil de su vida y ésta se ha secado. Pero con tanta actividad ha logrado deshacerse de la túnica que le ha dado su madre y ahora ya es libre para llevar su masculinidad intacta al castillo del Grial.

Un día va cabalgando Perceval lentamente cuando se enfrenta a él un grupo de peregrinos que le pre­guntan: « ¿Por qué llevas puesta la armadura el día de la muerte de Nuestro Señor? ¿Acaso no sabes que es Viernes Santo?» Pues no, Perceval no sabe que es Vier­nes Santo y tampoco le interesa demasiado. Pero ellos le convencen para que se despoje de la armadura y vaya con ellos a confesarse con un ermitaño que vive por allí. El viejo ermitaño es severo con Perceval y le hace un recuento de todos sus pecados y sus errores. El peor error que ha cometido es no formular la pre­gunta candente en el castillo del Grial, que hubiera redimido al pobre rey pescador. Perceval comprende enseguida que la obligación principal que tiene en la vida es curar al pobre rey pescador. El viejo ermitaño le indica: «Sigue adelante un poco, gira a la izquier­da, cruza el puente levadizo...» ¡Las mismas instrucciones que veinte años antes!
Perceval regresa sin dificultad al castillo del Grial, llega al enorme vestíbulo y ve pasar la procesión divi­na. Esta vez formula la pregunta crucial: « ¿A quién sir­ve el Grial?»; de inmediato le responden: «El Grial sirve al Rey del Grial». Y entonces nos enteramos de que en el castillo vive un anciano rey que no se deja ver nunca pero que es el centro del castillo y de su inmenso poder. Mediante esta pregunta tan sencilla, Perceval averigua el mayor secreto en la vida del hombre, mediante una respuesta igualmente sencilla.

En el momento en que Perceval hace la pregunta decisiva (…) el rey pescador herido se levanta de su lecho de dolor y, milagrosamente, recupera la salud y la fuerza. Todo el reino se regocija ante el retorno de su rey sano y comienza una primavera llena de alegría y de vida.
Pero el rey pescador curado muere a los tres días.

[Se trata de un extraño final para esta parte de la his­toria, aunque se explica como la posibilidad de dejar atrás la parte herida de nosotros mismos, una vez cumplida su función en la evolución del hombre maduro. Perceval es el héroe maduro y ya no hace falta el sufrimiento del rey pescador.]




Fragmentos de “El Rey Pescador y la Doncella sin manos”, Robert A. Johnson, Ed. Obelisco.