10/6/08

El encuentro con la diosa

La última aventura, cuando todas las barreras y los ogros han sido vencidos, se representa comúnmente como un matrimonio místico del alma triunfante del héroe con la Reina Diosa del Mundo.
Es el modelo de todos los modelos de belleza, la réplica de todo deseo, la meta que otorga la dicha a búsqueda terrena y no terrena de todos lo héroes. Es madre, hermana, amante, esposa. Todo lo que se ha anhelado en el mundo, todo lo que ha parecido promesa de júbilo, es una premonición de su existencia, ya sea en la profundidad de los sueños, o en las ciudades y bosques del mundo. Porque ella es la encarnación de la promesa de la perfección; la seguridad que tiene el alma de que al final de su exilio en un mundo de inadecuaciones organizadas, la felicidad que una vez se conoció será reconocida de nuevo: la madre confortante, nutricia, la “buena” madre, joven y bella, que nos fue conocida y que probamos en el pasado más remoto. El tiempo la hizo desaparecer y sin embargo existe, como quien duerme en la eternidad, en el fondo de un mar intemporal.
La imagen recordada no es sólo benigna, sin embargo, también es la madre “mala”: 1) la madre ausente, inalcanzable, en contra de quien se dirigen las fantasías agresivas y de quien se teme una igual respuesta agresiva; 2) la madre que obstaculiza, que prohibe, que castiga; 3)la madre que se apodera del niño que crece y trata de huir; y finalmente 4) la madre deseada pero prohibida (complejo de Edipo) cuya presencia es una incitación a los deseos peligrosos (complejo de castración); estas imágenes persisten en la tierra escondida del recuerdo de la infancia del adulto y a veces se convierten en la fuerza más poderosa.
La figura mitológica de la Madre Universal imputa al cosmos los atributos femeninos de la primera presencia, nutritiva y protectora.
También es la muerte de todo lo que muere. Todo el proceso de la existencia queda comprendido dentro de su poder, desde el nacimiento, la adolescencia, la madurez, la ancianidad y la tumba. Es el vientre y la tumba. Así reúne el “bien” y el “mal” exhibiendo las dos formas de la madre recordada, no sólo la personal sino la universal. Se espera que el devoto contemple a las dos con ecuanimidad. A través de este ejercicio su espíritu queda purgado de sus sentimentalismos y resentimientos infantiles e inapropiados y su mente abierta a la inescrutable presencia que existe como ley e imagen de la naturaleza del ser, y no primariamente como el “bien” y el “mal”, como el bienestar y la desesperación con respecto a su conveniencia humana infantil.
Sólo los genios capaces de las más altas realizaciones pueden soportar la revelación completa de la sublimidad de esta diosa. Para los hombres de menores alcances, ella reduce sus fulgores y se permite aparecer en formas concordantes con las fuerzas no desarrolladas. Contemplarla en su plenitud sería un terrible accidente para cualquier persona que no estuviera espiritualmente preparada.
El héroe que puede tomarla como es, sin reacciones indebidas, con la seguridad y la bondad que ella requiere, es potencialmente el rey, el dios encargado, en la creación del mundo de ella.
El encuentro con la diosa es la prueba final del talento del héroe para ganar el don del amor, que es la vida en sí misma, que se disfruta como estuche de la eternidad. Y cuando el aventurero no es un joven sino una doncella, ella es quien, por medio de sus cualidades, su belleza o su deseo, está destinada a convertirse en la consorte de un ser inmortal. Entonces el marido celeste desciende a ella y la conduce a su lecho, ya sea que ella lo quiera o no. Si ella lo rechaza, se ciega para siempre; si lo busca, su deseo encuentra paz. Cuando Psique hubo llevado a cabo todos los difíciles trabajos, Júpiter mismo le concedió el elíxir de la inmortalidad; de manera que siempre estuvo unida a Cupido, su amado, en el paraíso de la forma perfecta.


“El héroe de las mil caras”
Joseph Campbell
Fondo de Cultura Económica, Argentina, 2005
Cap. II, “La Iniciación”

La reconciliación con el padre

El aspecto de ogro del padre es un reflejo del propio ego de la víctima, derivado de la sensacional escena infantil que se ha dejado atrás, pero que ha sido proyectada para el futuro.
La reconciliación no consiste sino en el abandono de ese doble monstruo generado por el individuo mismo; el dragón que se piensa como Dios (superego) y el dragón que se piensa como Pecado (el id reprimido). Pero esto requiere abandonar la unión al yo mismo y eso es lo difícil. El individuo debe tener fe en la misericordia del padre y debe confiar en esa misericordia. Por lo tanto, el centro de la creencia se traslada fuera del apretado anillo del dios demoníaco, y los ogros temibles desaparecen.
Es en esta prueba donde se abre la posibilidad de que el héroe derive esperanza y seguridad de la figura femenina protectora, por cuya magia es protegido a través de todas las aterradoras experiencias de la iniciación en el padre que hace desfallecer al ego. Porque ya es imposible confiar en el rostro aterrador del padre, la fe del individuo debe centrarse en otra parte y con la seguridad de esa ayuda, el individuo soporta la crisis, sólo para descubrir, al final, que el padre y la madre se reflejan el uno al otro y que son en esencia los mismos. Y ahora tiene el poder, en consecuencia, de jugar él mismo el papel del iniciador, el guía, la puerta del sol, a través de la cual se puede pasar de las iluminaciones infantiles del “bien” y del “mal”, a una experiencia de la majestuosa fuerza cósmica, purgada de la esperanza y el temor, y en paz con el entendimiento de la revelación del ser. El héroe trasciende la vida y su peculiar punto ciego, y por un momento se eleva hasta tener una visión de la fuente. Contempla la cara del padre, comprende y los dos se reconcilian.


“El héroe de las mil caras”
Joseph Campbell
Fondo de Cultura Económica, Argentina, 2005
Cap. II, “La Iniciación”