A PETiT PiERRE le gustaba decir que nació "sin terminar".
Medio ciego, casi sordo y mudo, no aprendió jamás a leer ni a escribir. A la edad de siete años lo retiran de la escuela para confiarle el “oficio de los inocentes”: pastor.
En los campos, Petit Pierre observa la naturaleza, los animales, los hombres que trabajan. La invasión de las máquinas en la vida del hombre le deja perplejo y pasa sus días analizando el movimiento de los aparatos con los que se topa.
Solitario y fascinado por la velocidad a la que cambia el mundo, pasa casi cuarenta años creando este carrusel, un juego giratorio, una máquina poética de belleza singular, de tal complejidad mecánica que ni los ingenieros logran explicarla y que aún hoy sigue girando con ensordecedor chirrido de hierros.